miércoles, 26 de marzo de 2008

el flaco

El flaco canturreaba una canción, mientras su padre faenaba en el bar, limpiando vasos, reponiendo bebidas, el flaco sólo se sabía de memoria una estrofa, y la iba repitiendo de vez en cuando, como buscando apoyo. Flaco era su apodo, como podía haberlo sido cualquier otro, no era más flaco que la mayoría, pero así le llamaban sus amigos y algún adulto despistado. El flaco se sentía secretamente orgulloso de tener un apodo, se sentía más individualizado y, en cierto modo le daba algo de vergüenza su propio nombre, como si careciese de personalidad o como si se hiciera llamar así, fuera dándose importancia. Prefería que le llamasen Flaco a que le martirizasen insultándolo de forma más reiterativa en tanto en cuanto más le azoraba la burla. Tenía miedo a las burlas y desprecios de sus compañeros ante las que poco sabía hacer, más que parecer más merecedor de ser alguien de quien burlarse y a quien despreciar, o eso pensaba él por aquel entonces. El flaco se encontró un día una flor que volaba atrapada chocando con los cristales del bar y la liberó, dejándola volar libre. El flaco lloraba a menudo, muchas veces sin motivo aparente, o eso pensaba él. El flaco soñaba y leía, leía mucho, se sentía bien cuando leía. El flaco no quería sentirse solo, pero buscaba la soledad, de su cuarto, de sus juegos, de su bicicleta, de sus tebeos, de sus libros, de sus silencios. Quizá lloraba porque no tenía nada porque llorar, porque tenía prisa por vivir, no veía el camino.

viernes, 7 de marzo de 2008

hoy

Hoy ya no vivo en un pozo sin fondo,
hoy ya no eres mi sol, mi luna, mi todo
mi nacimiento, mi muerte y mi locura,
hoy ya sé caminar
sin estar cogido de tu mano.
Hoy que hasta el miedo es mi aliado,
hoy que todo ha cambiado,
quisiera verte todos los días
porque mi corazón tiene memoria
y yo no te quiero olvidar.

sábado, 1 de marzo de 2008

querida ana

Querida Ana:
¿Cómo estás? Realmente hace mucho tiempo que no te escribo, aunque siempre tengo ganas de hacerlo, pero ya sabes lo perezosa que soy para estas cosas. Hace tiempo que quería contarte, intentar transmitirte lo que significó para mí el marcharme de Erasmus, pero el tiempo pasa, y ayer hizo ya un año que regresé de Francia, ¡un año! Parece mentira lo rápido que ha pasado. Puede que tenga un poco de miedo a no saber transmitirte los sentimientos que guardo dentro cuando recuerdo esa etapa, puede que por eso haya tardado tanto en escribirte, puede que por eso se haya cumplido ya un año desde aquel día en que me subí al tren, desde que me despedí de la estación de personas que hacía apenas 5 meses no eran nada para mí, y que en aquel momento, en el momento en que el tren se puso en marcha, hicieron que me pusiera a llorar como una niña por tener que separarme de ellos.


Ya sabes que siempre había querido irme de Erasmus, quizá porque lo veía como la única forma de probar una vida diferente a la que tenía, la única forma de romper un poco mis cadenas tradicionales que yo misma me había impuesto y de las que tú tantas veces me habías animado a escapar.

Los meses antes de marcharme fueron meses llenos de emoción. Imagino que esta sensación es parecida para todo el mundo que está a punto de emprender un viaje parecido. Realmente lo imagino casi idéntico, sólo cambiarían los rostros, los padres y madres con sus consejos, la marca de las maletas, los detalles que ultimar, el tipo de ropa, o, supongo, el idioma del diccionario dependiendo del país. Un marco que también me atrevo a decir que se repetiría para las primeras sensaciones en el destino. Lo que yo vi cuando llegué a mi ciudad, que imaginé tan llena de encanto, al borde del atlántico, como un pueblo francés de cuento, las sensaciones buenas y malas que tuve también me las imagino en la piel de otros tantos como yo, con los miedos, las preocupaciones por encontrar tu sitio, los apuros por que tu francés, o tu inglés, o tu alemán se comporte en los momentos importantes. Supongo que a partir de los primeros momentos es cuando la historia de cada uno toma su rumbo independiente.

Y, ¿Cómo explicarte, Ana? Reconozco que cada vez los recuerdos son más esquivos, que cada vez me cuesta más que una foto, una canción, un recuerdo me hagan realmente sentir allí, en esa ciudad a la que he añorado durante tanto tiempo. Por eso quería escribirte, para que compartieras conmigo lo que sentí.

Recuerdo lo perdida que estaba el primer mes que pasé allí, el desencanto, la desesperanza que de repente me di cuenta que sentía, lo sola que allí estaba, rodeada de españoles, de franceses y de fiestas y buen ambiente, recuerdo cómo casi prefería encerrarme en mi habitación que acompañar al resto de estudiantes de la residencia en sus fiestas. Recuerdo lo triste y tímida, lo pequeña que me sentía. Como una niña a la que cambian de colegio. Creo que fue el propio Erasmo de Rótterdam quien dijo que si pensabas demasiado en lo que quisieras hacer o quisieras que pasara, ni harías nada ni pasaría lo que deseabas.

Ya entonces me di cuenta de la suerte que tuve, porque de un día para otro prácticamente conocí a las personas que me acompañaron el resto de mi tiempo allí. Alguien que hizo que nunca me sintiera sola, alguien que me hizo sentir valiosa como amiga, y alguien que alegró mi corazón, que me dio el regalo del amor, de descubrir lo grande y bella que puede ser la vida. Nunca me he sentido tan regalada, tan afortunada.

Sé que es difícil explicarte, Ana, y yo nunca he sido muy buena con las palabras, pero era así como me sentía, como si me hubieran hecho un regalo, un regalo especialmente dedicado a mí, para cuidarme y obsequiarme aventura. Y yo, que, como sabes, muchas veces no me hubiera importado dejado de existir, sentí que necesitaba dos vidas para vivir. Porque tuve que decidir entre quedarme allí, o volver aquí, con mis cadenas, pero donde también está mi alma gemela, la persona de la que no puedo y no quiero separarme.

Por eso lloré tanto cuando me subí en ese tren para volver a casa. Porque allí se quedaban esas tres personas y en especial aquella que hizo que un solo momento con ella hiciera que valiera la pena mis cinco meses allí, a la que desearle todo lo bueno de este mundo me hacía sentir tan bien, por eso lloré tanto, Ana, por lo triste que me sentía al separarme de ellos, y por la gratitud que me abrumaba por haber vivido todo lo que había vivido.

Por eso aquí sigo, Ana, con mi decisión, quizá sea la única vez en mi vida que he decidido realmente, no crees, Ana? Siempre tan cobarde para hacerlo. Siempre dejándome llevar por las circunstancias, con miedo a grandes cambios. Aquí, con mis cadenas pero también con mi alma gemela, que llena de luz y de comprensión mis días. Pero, ¿quién sabe dónde estaré el año que viene?

Quizá deba ya ir despidiéndome, gracias Ana, por estar ahí y tener paciencia para escucharme. Ya sabes que yo sola no puedo, yo sola no soy capaz.

Sé que aunque no se quiera olvidar, el tiempo pasa, pero si pudiera pedir un deseo sería ése, no olvidar mis días allí, no olvidar el sol de Marsella ni la lluvia de la Bretaña, no olvidar la música que resuena en mi cabeza cuando pienso en aquellos días, no olvidar ese regalo, no olvidar nunca, Ana, no olvidar jamás.

Tu amiga que te quiere.
Anne