martes, 26 de septiembre de 2023

y la lluvia

 Vuelve a ocurrir, cuando acudo aquí me sorprendo de todo el tiempo que ha pasado desde la última vez, más de tres años, apenas minutos antes de que empezara la pandemia, ¿cómo puede ser? ¿Qué ha ocurrido? ¿Es buena o mala señal? No pienso mucho más, solo siento cómo el paso del tiempo me abruma una vez más. En algún momento pareció que el tiempo se paraba, que, en cierto modo hubo un renacimiento, nació una nueva Yo, Ana. De algún modo el miedo se echó a un lado, de algún modo venció la esperanza, de algún modo me sentí agradecida porque se me mostró algo tan bello, tan bonito que cuesta tratar de nombrar, tan inexplicable como lo sentía la Chispita de la película. 

Pero también quedó algo parecido... ¿parecido a qué? Algo que me rinde, algo que me hace llorar cada vez que te quiera escribir, Ana, algo que me rinde, que hace que me ponga de rodillas y me proteja la cabeza con los brazos.

Ocurre que ahora estoy triste, Ana, y tras muchos meses estando triste, me he acordado de ti. Puede que si te contara los motivos de mi tristeza te parecieran naderías, seguramente que sí, o puede que no, puede que no tengas una catalogación de los hechos objetivos que puedan justificar los sentires. Ojalá que sea así.  

¿Por dónde empezar? Me siento fracasada, Ana, fracasé, y de eso hace ya varios meses y el sentimiento se adormece a veces, pero vuelve una y otra vez. También fracasó quien me acompaña y es algo que me apena más todavía. Quizá yo pueda sobrellevar mi fracaso, pero tengo miedo por si quien me acompaña no puede.

Me siento fracasada, fracasé, y de eso hace ya varios meses y no sé cómo hacer para entender eso. La oportunidad pasó y no es algo que pueda arreglar, como quizá otras cosas se hayan podido arreglar. 

También fracaso con mis sueños, Ana, nunca seré escritora. Escribiré, pero todo quedará en la nada, como quedan estas cartas que te envío.

Porque, como en una novela sin contemplaciones, de mi vida se van desprendiendo partes. Compañeros que creía imprescindibles hasta ahora en mi vida. Compañeros que caen sacrificados, que les cortan la cabeza, de modo que el lector quede espantado, impactado, traumatizado. Quizá sea algo así, porque le cortaron la cabeza a mi sensación de buena estrella, de ser alguien capaz, de justicia por el esfuerzo realizado. También le cortaron la cabeza, una vez más, a mi anhelo por escribir, me dicen, no escribes, no escribes, y cuando lo haces, a nadie le importa. También le cortaron la cabeza a aquella persona que pareció guiar mi muerte y resurrección. Y, como en una novela, quedo solo en una isla desierta, en un páramo sin árboles, bajo la lluvia. Pero todavía vivo.

Me quedo sin palabras y sin lágrimas, y poco más sé hacer que pedirte que no me dejes de querer.

Sqa.