viernes, 19 de septiembre de 2008

piedra

Érase una vez una piedra que vivía sola y abandonada en el medio del bosque. Un día un jabalí se acercó a la piedra y comenzó a jugar con ella, la piedra estaba exultante, nunca nadie había reparado en ella y apenas se había movido de su sitio desde que nació. Intentó hablar con el jabalí, pero las palabras no salían de su boca porque hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie y se le había olvidado cómo hablar, intentó expresar su agradecimiento al jabalí, pero no encontró palabras en su corazón de piedra y sólo pudo quedarse callada. Hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie. El pequeño jabalí no se cansaba de la piedra, la cogía con la boca y la lanzaba al aire, pero la piedra no se hacía daño porque era de un material muy duro. A veces se acordaba muy vagamente de cuando no era una piedra, de cuando podía encontrar palabras de agradecimiento en su corazón, o de cuando si la golpeaban le hacían daño, pero eso había sido hacía mucho tiempo, ahora su corazón era de piedra, y ya no sentía todo aquello. Ya no quería sentirlo. Ya no podía sentirlo. El joven jabalí no sabía nada de todo eso, porque sólo veía una piedra con la que poder entretenerse y a la que empezó a coger un poco de cariño. Era una piedra muy bonita, el jabalí nunca había visto una igual, y decidió guardársela.

Los años pasan, las personas, los sentimientos, la vida, pero siempre llegan momentos en los que ya no sé donde buscar, ya no sé qué hacer para pedir ayuda o para ayudarme, en los que me acuerdo de la piedra que fui hace mucho tiempo. En los que no me siento capaz de amar, en los que sólo acierto a pedir perdón.

martes, 2 de septiembre de 2008

Te veo

"Hay tantas formas de amar como momentos en la vida", y, ahora, no sé cuál es la mía para contigo. De repente te veo en una niña que se parece a tí cuando eras pequeña. Te veo en todas las mujeres bellas e inaccesibles, sobre todo para ellas mismas y que, por eso son, a la fuerza, solitarias e independientes y, a la fuerza, fuertes y, a la fuerza, profundas como un pozo al que para llegar se necesita una cuerda cada vez más larga. Te veo en tu frágil calidez, y en la frágil calidez que siento al verte. No sé cuál es mi forma de amarte, pero te veo y te echo de menos.