jueves, 6 de febrero de 2014

Querida Ana

Querida Ana:
El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, como dice la canción. Ya está aquí otro año. Miro mi caja de latón, donde guardo tus cartas y los borradores de las que yo te mando y me asusta ver el tiempo que las separa.
Ya no somos niñas, ¿verdad? Aunque a veces nos guiñemos un ojo a través de la noche, con la luna como intermediaria, como hacíamos antaño. Pero el tiempo pasa.
Yo ya soy madre, de una niñita preciosa, que me agota y me maravilla a partes iguales. Y eso pesa, la responsabilidad a veces es abrumadora, lo pautado que se tornan los días y las noches; el tiempo parece de repente compuesto por días de 240 horas, pasan rápido. Tan rápido. Y, al mismo tiempo, la vida parece tan fácil para ella, para mi hija, el mundo parece tan lleno de amor. Todas las personas son buenas para ella. Su inocencia hace sonreír todo mi ser, estirándome como un chicle. Su bondad natural me rinde.
Ya somos grandes. Hablarte de cómo, igual que cuando era niña, me pongo a llorar invariablemente cuando te escribo, de cómo escribirte significa para mí acercarme al sol que guardo escondido en algún lugar dentro de mi corazón y de cómo ese sol logra cegarme y provocar que llore. Hablarte de eso hace que me sienta hasta culpable, egoísta por perder de algún modo la entereza, como si dejara de lado el primer lugar que se merece mi hija, mi mundo.
He de dejarte ya. Sigue queriéndome, sigue escribiéndome.
Tu amiga que te quiere
Anne